“Porque en Él (Cristo) fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por Él y para Él” (Colosenses 1, 16).
La Iglesia siempre ha profesado la verdad sobre la existencia de esos seres espirituales a los que llamamos “Ángeles”. Cuando recitamos el credo decimos que Dios es Creador ‘de todo lo visible y lo invisible’.
No sin cierto asombro o desconcierto nos encontramos a veces con libros o artículos cuyos autores, que presentan credenciales de teólogos o de especialistas en las Sagradas Escrituras, niegan la existencia de los Ángeles. Otros, que no niegan su existencia, se alejan de las enseñanzas de la Iglesia provocando confusión y haciendo creer que lo que dicen es parte de nuestra fe, cuando en realidad no lo es.
Es por eso que me pareció bien exponer aquí un resumen de la doctrina católica al respecto y algunos, solamente algunos de los muchos testimonios recogidos solamente en el diario de Santa Faustina con los Ángeles.
El Catecismo en los numerales del 328 al 336 expresa que la existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente Ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.
La Providencia siempre perfecta de Dios nos ha entregado para este tiempo el contenido del mensaje de la Divina Misericordia tal como lo reveló el Señor Jesús a Santa Faustina Kowalska. Dentro de tantas y muy importantes enseñanzas contenidas en el mensaje de la Misericordia, todas confirmadas por la Sagrada Escritura, la presencia, acción y realidad de los Ángeles están presentes también en más de setenta menciones.
Les dejo a continuación algunos numerales del Diario que se relacionan con el tema de nuestro artículo.
“En aquel tiempo le pregunté a Jesús: ¿Por quién debo rezar todavía? Me contestó que la noche siguiente me haría conocer por quien debía rezar.
Vi al Ángel de la Guarda que me dijo seguirlo. En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, solo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas las quemaban, a mí no me tocaban. Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento.[…] Deseaba hablar más con ellas, sin embargo, mi Ángel de la Guarda me hizo señas de salir. Salimos de esa cárcel de sufrimiento” (Diario 20).
“En cierta ocasión, por la tarde cuando fui a la huerta, el Ángel Custodio me dijo: -Ruega por los agonizantes-. Comencé enseguida el rosario por los agonizantes junto con las jovencitas que ayudaban en la huerta” (Diario 314).
“Un día en que estaba en la adoración, y mi espíritu como si estuviera en agonía (añorándolo) a Él y no lograba retener las lágrimas, vi a un espíritu de gran belleza, que me dijo estas palabras: -No llores, dice el Señor-. Un momento después pregunté: ¿Quién eres? Y él me contestó: Soy uno de los siete espíritus que día y noche están delante del Trono de Dios y lo adoran sin cesar. Sin embargo este espíritu no alivió mi añoranza, sino que suscitó en mí un anhelo más grande de Dios. Este espíritu es muy bello y su belleza se debe a una estrecha unión con Dios. Este espíritu no me deja ni por un momento, me acompaña en todas partes” (Diario 471).
“Viendo su tremendo odio hacia mí, entonces pedí ayuda al Ángel Custodio, y en solo un momento, apareció la figura luminosa y radiante del Ángel de la Guarda que me dijo: No tengas miedo, esposa de mi Señor, estos espíritus no te van a hacer ningún mal sin su permiso. Los espíritus malignos desaparecieron enseguida y el fiel Ángel de la Guarda me acompañó de modo visible hasta la casa misma. Su mirada era modesta y serena, y de la frente brotaba un rayo de fuego” (Diario 419)
“Por la tarde, estando yo en mi celda, vi un Ángel, ejecutor de la ira de Dios. Tenía una túnica clara, el rostro resplandeciente; una nube debajo de sus pies, de la nube salían rayos y relámpagos e iban a las manos y de su mano salían y alcanzaban la tierra. Al ver esta señal de la ira divina que iba a castigar la tierra y especialmente cierto lugar, por justos motivos que no puedo nombrar, empecé a pedir al ángel que se contuviera por algún tiempo y el mundo haría penitencia. Pero mi súplica era nada comparada con la ira de Dios. […] Cuando así rezaba, vi la impotencia del ángel que no podía cumplir el justo castigo que correspondía por los pecados… (Diario 474).
“A la mañana siguiente vi al Ángel Custodio que me acompañó en el viaje hasta Varsovia. Cuando entramos al convento, desapareció” (Diario 490).
“De pronto vi junto a mí a uno de los siete espíritus, radiante como antes, con aspecto luminoso, lo veía continuamente junto a mí cuando iba en tren. Veía que sobra cada iglesia que pasábamos, había un ángel, pero en una luz más pálida que la del espíritu que me acompañaba en el viaje. Y cada uno de los espíritus que custodiaban los templos, se inclinaba ante el espíritu que estaba a mi lado.
En Varsovia, cuando entré por la puerta del convento, el espíritu desapareció; agradecí a Dios por su bondad , por darnos a los ángeles como compañeros. Oh! Qué poco piensa la gente en que tiene siempre a su lado a tal huésped, ya la vez, un testigo de todo. ¡Pecadores!, recuerden que tienen un testigo de sus acciones (Diario 630).
“En el día de San Miguel Arcángel vi a este gran guía junto a mí que me dijo estas palabras: El Señor me recomendó tener un especial cuidado de ti. Has de saber que eres odiada por el mal, pero no temas. ¡Quién como Dios! Y desapareció. Sin embargo, siento su presencia y ayuda” (Diario 706).
“El Ángel Custodio me recomendó que rezara por cierta alma, y a la mañana siguiente supe que era un hombre que en aquel mismo instante había empezado a agonizar” (Diario 820).
“Hoy, ni siquiera he podido ir a la Santa Misa ni acercarme a la Santa Comunión, y entre los sufrimientos del alma y del cuerpo me repetía: Hágase la voluntad del Señor. Sé que tu generosidad es ilimitada. Entonces oí el canto de un ángel que narró, cantando, toda mi vida, todo lo que había contenido en sí. Me he sorprendido, pero también me he fortalecido” (Diario 1202).
“Por la mañana hice la meditación y me preparé para la Santa Comunión, aunque no iba a recibir al Señor Jesús. Cuando mi anhelo y mi amor llegaron al punto culminante, de repente, junto a mi cama vi a un Serafín que me dio la Santa Comunión diciendo estas palabras: He aquí el Señor de los ángeles. […] El Serafín estaba rodeado de una gran claridad, se transparentaba la divinización, el amor de Dios. Llevaba una túnica dorada y encima de ella un sobrepelliz transparente y una estola transparente. El cáliz era de cristal, cubierto de un velo transparente. Apenas me dio al Señor, desapareció” (Diario 1676).
“Una vez, cuando tenía cierta duda que se había despertado en mí poco antes de la Santa Comunión, de repente se presentó el Serafín, con el Señor Jesús. Yo, sin embargo, pregunté al Señor Jesús y sin recibir la respuesta, dije al Serafín: ¿Me confesarás? Y él me contestó: -Ningún espíritu del Cielo tiene ese poder-. En ese mismo instante la Santa Hostia se posó en mis labios” (Diario 1677).
“Cuando se acercaba una gran tormenta, me puse a rezar la Coronilla. De repente oí la voz de un Ángel: No puedo acercarme con la tempestad, porque el resplandor que sale de su boca me rechaza a mí y a la tormenta. Se quejaba el ángel con Dios. De súbito conocí lo mucho que había de devastar con esa tempestad, pero conocí también que esa oración era agradable a Dios y lo potente que es la Coronilla” (Diario 1791).
Los Ángeles en nuestra vida
Como hemos visto en la vida de Santa Faustina, los Ángeles son ayuda y testigos de Dios. En momentos ordinarios de la vida y también en los extraordinarios. Como nuestra santa, también nosotros hemos de invocarlos ya que son auxilio seguro. Tanto para nosotros, la Iglesia y el mundo.
Quien pretendiese poder prescindir de la ayuda de su Ángel, despreciaría la ayuda que el mismo Cristo ha querido darnos por medio de ellos.
En cuanto al Ángel custodio de los demás, podemos valernos de su ayuda para que nuestra palabra sea escuchada con mayor interés, especialmente por los más alejados de Dios, para que la doctrina de Cristo que les anunciamos permanezca más tiempo en sus mentes y tenga mayor influencia en ellos. El mismo Cristo nos advierte que el Diablo puede arrebatar la buena semilla sembrada por la predicación (Lucas 8,12). Además, todo lo que podemos pedir para nosotros mismos, también podemos pedirlo para el prójimo, dirigiéndonos directamente a su ángel custodio.
“Pues El dará órdenes a sus Ángeles acerca de ti,
para que te guarden en todos tus caminos.
En sus manos te llevarán,
para que tu pie no tropiece en piedra”.
Salmo 91, 11-12