Hace ya algunos años me encontré con el testimonio del Padre Steven, un hombre que había sido sacerdote por 12 años y que sufrió un accidente muy delicado en la carretera en el estado de Kansas, en los Estados Unidos. Para hacer muy breve la historia, que el mismo Padre Steven nos comparte, en el accidente por no usar cinturón de seguridad, el impacto lo expulsó de su automóvil y terminó con conmoción cerebral y fractura en las vértebras cervicales. Debido a que la Providencia dispuso que en el mismo momento y lugar del accidente hubiera una enfermera muy competente, el rescate fue exitoso y fue llevado a urgencias mediante un traslado en helicóptero. Le pronosticaron un quince por ciento de posibilidad de vida.
Esa misma tarde los parroquianos de Padre Steven se organizaron y elevaron en comunidad inclusive con cristianos de varias denominaciones oraciones al cielo pidiendo por la vida de su pastor. Particularmente en su Comunidad del Sagrado Corazón el templo permaneció abierto para albergar a todos los fieles que se congregaron en oración de súplica incesante, especialmente mediante el Santo Rosario a Nuestra Madre. Y el Cielo escuchó el clamor del pueblo. Padre Steven sobrevivió y su convalecencia duró casi un año. Pero algo inesperado aconteció...
Un día mientras celebraba la Santa Misa fue sorprendido por un acontecimiento extraño y poderoso. Se trataba de la parábola del evangelio de la higuera que no da frutos en Lucas 13, 6-9: «Un hombre tenía una higuera que crecía en medio de su viña. Fue a buscar higos, pero no los halló. Dijo entonces al viñador: «Mira, hace tres años que vengo a buscar higos a esta higuera, pero nunca encuentro nada. Córtala. ¿Para qué está consumiendo la tierra inútilmente?» El viñador contestó: «Señor, déjala un año más y mientras tanto cavaré alrededor y le echaré abono. Puede ser que así dé fruto en adelante y, si no, la cortas.»
En ese preciso momento volvió a su memoria una conversación, como una luz que ilumina la mente de repente. Todo se hizo completamente claro ahora. Volvió como un flash muy vívido el momento del accidente en el cual se encontró con su inminente muerte y revivió un diálogo entre el Señor Jesús y la Santísima Virgen respecto de su destino eterno. Y ese destino era el infierno. Toda su vida de pecados no confesados ni arrepentidos, y por lo tanto no perdonados le merecían en justicia la condenación que él ya había aceptado. Era lo que merecía...
A este punto, llegado el momento de entrar en la espantosa eternidad, y ya dada la sentencia, Padre Steven oyó una voz femenina: "Hijo, ¿quisieras salvar su vida y su alma inmortal?", a lo que el Señor respondió que había sido un sacerdote para sí mismo y no para Él. Ella replicó: "Y si le damos gracias y fuerzas especiales, quizás dé frutos. De lo contrario que se haga Tu Voluntad". A lo que Jesús respondió: "Madre es tuyo".
Querido hermano lector. ¡No me diga que no está emocionado! Tenemos una Madre, que, como el jardinero de la parábola, intercede por nosotros y que es capaz de salvarnos en las mismas puertas del infierno. Ella es Madre, Reina e Intercesora ante el Rey.
Es aquí donde volvemos la mirada al tesoro de nuestra fe católica que nos enseña la verdad que nos hace libres, que nos da esa esperanza cierta de creer sin duda ni defecto lo que nos dice la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición.
Como leemos en Lc. 1, 32-33, el Arcángel Gabriel llama a la Madre de Jesús como Madre del Rey porque Su Hijo reinaría para siempre. En el Antiguo Israel, la madre de un rey normalmente recibía el papel y el título de reina madre. (2 Re. 11,3; 1 Re. 2, 19; 1 Re 15, 9-13; Jer. 13, 18-20). Por su oficio y autoridad en su relación tan cercana con el rey la hizo abogada, más fuerte ante el rey en favor del pueblo. Nadie tenía más poder de intercesión ante el rey que ella. En 1 Re. 2, 19-20 incluso se sienta en el trono a la diestra del rey. También cumplía su función como consejera en los asuntos más importantes del reino.
En Prov. 31, 8-9 y 2 Cro. 22, 2-4 podemos ver esta imagen y anticipo del Antiguo Testamento profético de la función de la reina madre del Nuevo Testamento.
Recordemos que "mediador" es alguien que se pone entre las partes para ayudar a unirlas. Por lo tanto, si Nuestra Señora Madre de Jesucristo-Dios y Madre de todos al pie de la cruz, intercede para unir a Su Hijo con todas las almas, entonces podemos llamarla con toda razón Mediadora. En esta línea de la tradición tenemos a San Efrén de Siria, San Germán de Contantinopla, San Bernardo de Claraval, San Buenaventura, San Bernardino de Siena, San Alfonso María de Ligorio, San Luis Maria Grignon de Monfort, San Maximiliano Kolbe...
En cada gran paso de la misión de Cristo, allí está María. Repasemos: la Anunciación, las bodas en Caná, el Calvario y Pentecostés. Esta ha sido la soberana Voluntad de Dios. Él no necesitaba llevar a cabo su plan de esta manera. Podía no necesitar involucrar el consentimiento y la cooperación de una madre terrena. Sin dudas quiso Dios asociar a sus criaturas y en especial a su criatura más alta: María llena de gracia, en la obra salvadora y santificadora de Su Hijo.
"Desde la mañana temprana sentía la cercanía de la Virgen Santísima. Durante la Santa Misa la vi tan resplandeciente y bella que no encuentro palabras para expresar ni siquiera la mínima parte de su belleza. Era toda blanca, ceñida con una faja azul, el manto también azul, la corona en su cabeza, de toda la imagen irradiaba un resplandor inconcebible. Soy la Reina del cielo y de la tierra, pero especialmente la madre [de su Congregación]. Me estrechó a su corazón y dijo: Yo siempre me compadezco de ti. Sentí (202) la fortaleza de su Inmaculado Corazón que se transmitió a mi alma. Ahora comprendo porque desde hace dos semanas iba preparándome a esta fiesta y la anhelaba tanto. Desde hoy procuraré la máxima pureza del alma, para que los rayos de la gracia de Dios se reflejen con toda su claridad. Deseo ser el cristal para encontrar complacencia ante sus ojos" #Diario de Santa Faustina.