La Preciosa Sangre de Cristo

Por Chris Sparks

Preciosa Sangre,
Océano de la Divina Misericordia:
Fluye sobre nosotros.

Preciosísima Sangre,
Purísima Ofrenda:
¡procúranos toda Gracia!

Preciosa Sangre,
Esperanza y Refugio de los pecadores:
¡expía por nosotros!

Preciosa Sangre,
Delicia de las almas santas:
¡Atráenos! Amén.  
—  Santa Catalina de Siena

La Preciosa Sangre de Jesús es un claro ejemplo de las partes de nuestra fe que parecen completamente simples y, sin embargo, si dedicamos algún tiempo a contemplarlas, pronto nos encontraremos nadando en aguas muy profundas.

La sangre es la vida y la vida está en la sangre. Así dijo el antiguo Israel; es por eso que, según las leyes kosher, a los animales sacrificados se les debe drenar completamente la sangre.

En Dios, la vida (“Yo soy el que soy”) y el amor son uno y lo mismo. Ser, para Él, es amar. Él es relación. Él es amor. Él es dar y recibir sin fin, el Principio y el Fin. No hay un final.

Todas nuestras relaciones aquí abajo son una pequeña imitación, una pálida sombra, de las tres personas eternas que son un solo Dios. Nosotros no nos parecemos a ellos; y ellos no se parecen a nosotros. Lo superior no se parece a lo inferior; lo inferior se parece a lo superior.

Y, sin embargo, el Hijo se hizo hombre. Dios se hizo uno de nosotros. El espíritu se hizo carne. Cuanto más alto fue, más humilde lo fue.

Esto era incomprensible para el diablo y sus ángeles, y por eso cayeron. Esto es un misterio para los santos ángeles, y por eso alaban a Dios por su infinita misericordia, su infinito misterio, y ante el mayor de los misterios, guardan silencio.

Y uno de los mayores misterios es que nos convertimos en miembros del Cuerpo de Cristo, ramas sujetadas en la Vid que desciende del Cielo. Compartimos la vida, la savia de Dios, su divinidad a través de su humanidad.

Santa Faustina habló de las consecuencias de esto, de que el corazón humano se ha convertido en un hogar para Dios, como había sido pensado desde la fundación del mundo.

 

 Oh, Hostia Santa, habita en mi alma,

Purísimo Amor de mi corazón;

Que Tu luz disipe las tinieblas;

Tú no niegas la gracia a un corazón humilde.

 

Oh, Hostia Santa, Delicia del Paraíso,

Aunque ocultas Tu belleza

y Te presentas a mí en una miga de pan

la fuerte fe desgarra este velo.

 (Diario de Santa María Faustina Kowalska, 159).

Este mes, dediquemos un tiempo a contemplar el misterio de la Eucaristía. Reflexionemos sobre cómo la vida y el amor de Dios se nos transmite bajo las apariencias del pan y del vino, y cómo el fuego de fuera del tiempo se introduce en nuestro corazón, en nuestro mismo cuerpo. Compartimos la gracia de Dios, la propia existencia de Dios, a través de la generosidad del Todopoderoso. No desaprovechemos este maravilloso regalo.

Quizás también le puede interesar esto...

En el año 1636 Nuestro Señor le hizo a la venerable Margarita del Santísimo Sacramento esta promesa: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y tu oración será escuchada.”

Santa Teresa se dio cuenta que su vida era más que una bella melodía en medio de las tribulaciones. Comprendió que, para llegar a ser santa, uno debe sufrir, buscando siempre lo mejor y olvidándose de uno mismo. 

Jesús y María están estrechamente unidos que quien mira a Jesús ve a María; quien ama a Jesús, ama a María; quien tiene devoción a Jesús, tiene devoción a María”.